Del Internet de las Cosas al Internet de los Comportamientos

La información que ofrecen los dispositivos “inteligentes” nos permite influir de modo positivo en los consumidores, ofreciéndoles información acorde con sus intereses y necesidades

Conocer los comportamientos de los clientes facilita que podamos crear planes de marketing mucho más precisos, ajustando precios u ofreciendo los productos y servicios que más interesan en el momento y el lugar precisos.

Desde hace ya algún tiempo, nos hemos acostumbrado a que el llamado Internet de las Cosas (IoT) forme parte de nuestra vida. Los dispositivos “inteligentes” o “conectados” nos rodean, de hecho, por todas partes. El caso más frecuente y popular es la presencia en gran parte de los hogares de la Smart TV, un modelo de televisión capaz de conectarse a la Red para ofrecernos contenidos provenientes de las plataformas de streaming o para acceder a otros servicios online que podemos controlar desde otro dispositivo, como el teléfono móvil o una tablet. En realidad, a día de hoy, prácticamente cualquier objeto que podamos imaginar es susceptible de convertirse en un “inteligente”, como ya ocurre con muchos electrodomésticos o con nuestro vehículo.

Las herramientas conectadas que solemos utilizar no solo nos permiten disfrutar de nuevas funciones. También son unidades de recogida de datos que ofrecen una valiosa información, para las marcas y anunciantes, sobre el comportamiento de clientes y consumidores. El Big Data ya no solo permite acumular y clasificar datos generales sobre nuestras opciones preferentes de consumo. Ahora también sirve para conocer a qué hora encendemos un determinado electrodoméstico o por qué calles nos desplazamos habitualmente con el coche. Eso permite extraer patrones sobre las conductas más usuales, tanto a nivel individual como colectivo. De este modo, pasamos del Internet de las Cosas al Internet of Behaviours (IoB) o Internet de los Comportamientos.

Facilitando la vida diaria

Evidentemente, conocer los parámetros de conducta de grupos poblacionales nos otorga la capacidad de influir en ellos. Un mal uso de esta tecnología es ser, desde luego, algo moral y legalmente censurable, como ya ha ocurrido en algunos casos en los que la llamada “minería de datos” se ha utilizado para influir en la decisión de voto de los ciudadanos, por poner un ejemplo. Por eso cada vez más empresas son partidarias de asegurar marcos regulatorios claros que persigan las prácticas deshonestas.

Al mismo tiempo, está claro que esta influencia puede y debe tener un carácter positivo, que sirva para hacernos más sencilla la vida. Que un dispositivo pueda advertirnos de que vamos a enfrentarnos a un atasco en cuanto lleguemos a una calle determinada, para que así podamos optar por tomar una ruta alternativa, o que nos recuerde que se está terminando un producto que necesitamos renovar en el hogar, es sin duda algo que sirve para mejorar de modo significativo nuestro día a día.

Además, el IoB también puede servir para afrontar con mayor efectividad situaciones difíciles como la que actualmente estamos viviendo con la pandemia de la COVID-19. Combinando tecnologías como el reconocimiento facial o la geolocalización, podremos hacer mucho más sencillas labores como el rastreo de contactos de una persona infectada por coronavirus, con el fin de advertirles de que se confinen durante el periodo necesario para no infectar a terceros, y parar así la cadena de transmisión.

 

Un beneficio para empresas y clientes

La IoB también puede ser efectiva para las acciones de marketing de las empresas. Conociendo los comportamientos de los clientes es posible redimensionar los precios, los productos y servicios de forma mucho más adecuada a las verdaderas necesidades de la demanda. Al mismo tiempo, el conocimiento de estas pautas de conducta facilita que, de forma automática, podamos recibir, como consumidores, las ofertas más adecuadas para nosotros en el momento preciso.

El objetivo es que el IoB sirva para crear un “círculo virtuoso” que beneficie a los ciudadanos y las marcas. A los primeros les permitirá recibir propuestas publicitarias realmente útiles y beneficiarse de acciones de marketing relevantes. A lo segundos, les servirá para conocer mucho más a fondo cómo se relacionan sus clientes con los productos que ofrecen, para evitar los actos de comunicación intrusivos o irrelevantes, y proponer planes de marketing que supongan un verdadero beneficio para el consumidor.